Reflexiones de una estadounidense de primera generación sobre la separación familiar y la resiliencia
Escribo estas palabras con el corazón quebrantado, con los ojos llenos de lágrimas y la mente agobiada por la incertidumbre, la preocupación y el miedo. Veo a mi comunidad sufriendo mientras las deportaciones masivas separan a las familias en todo el país. Se separa a los padres de sus hijos sin previo aviso, y quienes aplican estas políticas muestran poca compasión o empatía. Hace poco, la familia de mi propia hermana se separó durante las vacaciones; duele profundamente porque muy pocos parecen reconocer el dolor y el sufrimiento que causan estas separaciones.
El impacto en las familias
Pensemos en los cambios repentinos y a menudo imposibles que deben hacer las familias cuando uno o ambos padres son deportados. Los eventos importantes como las graduaciones o los cumpleaños se ven eclipsados por la tristeza. A veces, los niños permanecen al cuidado de familiares, o incluso de personas no relacionadas, simplemente porque regresar al país de origen de uno de los padres podría ser más peligroso o traumático. Muchos padres, que han soportado estas dificultades ellos mismos, evitan que sus hijos sufran lo mismo.
Estas deportaciones no son nuevas; han estado sucediendo desde que tengo memoria, independientemente del partido político que esté en poder. Sin embargo, los métodos se han vuelto más alarmantes e inhumanos recientemente. No estoy aquí para dar un sermón político, sino para compartir la realidad que he presenciado de primera mano cómo estadounidense de primera generación (First Gen).
“Un Día Sin Inmigrantes”
La historia nos muestra que “Un Día Sin Inmigrantes” comenzó en 2006 como una forma en que las personas documentadas e indocumentadas protestan y muestran cómo los inmigrantes contribuyen positivamente a nuestras comunidades. He sido testigo de historias desgarradoras de trato cruel hacia mi gente. Me doy cuenta de que he tenido la suerte de no experimentar un racismo manifiesto, probablemente debido a mi piel más clara. Pero hablo español, inglés e incluso espanglish— esa es la belleza de ser de primera generación. El poder de ser bilingüe y bicultural. Mis hermanos y yo crecimos en dos culturas simultáneamente: inglés en la escuela, español en casa. Fuimos los ojos, oídos, intérpretes y defensores de nuestros padres desde temprana edad.
En muchas familias inmigrantes, el hermano mayor asume responsabilidades importantes: despertar a los hermanos menores para que vayan a la escuela, cocinar y llevar la casa mientras los padres trabajan desde el amanecer hasta el anochecer. Recuerdo que me despertaba antes del amanecer para que me dejaran en casa de mi abuela mientras los demás niños todavía dormían. Los chistes como “¡Aguas con la migra!” o imitar a alguien que decía “¡Enséñame tus papeles!” se convirtieron en nuestro humor negro, una forma de que los niños lidiaran con el miedo constante que nos rodeaba.
El viaje de mi familia
Mi padre vino de México cuando era adolescente, cruzando el Río Grande. Después se casó con mi madre y obtuvo la residencia permanente. La historia de mi madre es diferente, pero finalmente se convirtió en ciudadana estadounidense e insiste en que “nació en México por accidente”. Ambos lados de mi familia tomaron la decisión de venir aquí en busca de una vida más segura y con mejores oportunidades. Sus sacrificios nos permitieron a mí y a mis hermanas obtener nuestra educación. Me convertí en la primera en mi familia en graduarme con un bachillerato y luego obtuve una maestría. Sin embargo, como estadounidense de primera generación, navegar por el sistema educativo sin la guía de mis padres fue una lucha, especialmente cuando mi inglés era limitado y, a menudo, era la única latina en mis clases.
Nos mudabamos con frecuencia: primero asistí a una escuela predominantemente afroamericana en Compton, California, luego nos mudamos a Holland, Michigan, donde había menos personas que se parecían a mí o hablaban español. Mi familia y yo emigramos durante muchos años entre McAllen, Texas y Holland, Michigan, únicamente para que mis padres trabajaran en los campos. Afortunadamente, mientras vivía en Holland, Michigan, encontré un pequeño grupo de amigos latinos que vivían en los mismos apartamentos, propiedad de las personas para las que trabajaban mis padres. Mis padres continuaron trabajando en los campos hasta que encontraron la fuerza para buscar mejores oportunidades.
Abrazando tu identidad
Comparto mi historia para animarte a reflexionar sobre quién eres. Estoy orgullosa de ser hija de padres inmigrantes. Cómo estadounidense de primera generación, tengo ciertas ventajas en comparación con mis amigos indocumentados– personas que no pueden tomarse tiempo libre del trabajo, que no reciben vacaciones pagadas y que se presentan sin importar lo enfermos o cansados que se sientan.
Ánimo a cada individuo de primera generación a gritar lo que nuestros padres no pudieron por miedo: “Gritamos lo que nuestros padres callan por miedo”. Durante gran parte de mi vida, reprimí mi herencia, pensando que la asimilación era mi único camino al éxito. Ahora, veo la importancia de celebrar quiénes somos y de dónde venimos. Acepta tu identidad mezclada. Eres lo suficientemente estadounidense. Eres lo suficientemente [Mexicano]. Eres más que suficiente.
Defendiendo nuestros derechos y los de los demás
Debemos compartir nuestras historias y asegurarnos de que nuestras comunidades nos escuchen. No estamos aquí para tomar la tierra de nadie; esta tierra nos pertenece a todos. Nos esforzamos por marcar una diferencia positiva y ser parte de un movimiento más grande que nosotros mismos. Involúcrate y “enfréntate al fuego” incluso cuando sea incómodo o riesgoso. A lo largo de la historia, así es como los héroes han creado cambios. Ese es el poder de la democracia.
Recuerda: no estás solo
A mis vecinos y amigos indocumentados, recuerden que tienen derechos constitucionales, independientemente de su estatus migratorio. Tienen derecho a buscar refugio en un tercer país y, aunque no existe un camino legal, los abogados de inmigración entienden la ley y tienen información que puede ayudarles con su estatus migratorio. Busque ayuda, conéctese con recursos comunitarios y consulte a un abogado de inmigración de buena reputación. Es normal sentir ansiedad, depresión o miedo e incertidumbre en estos tiempos. Comparta sus sentimientos, hable sobre sus preocupaciones y busque atención de salud mental. El apoyo puede marcar la diferencia. Sepa que no está solo— hay personas y organizaciones dedicadas a ayudar a navegar este difícil camino.
Con solidaridad y compasión,
Una terapeuta latina, Maribel Andrade